martes, 30 de agosto de 2011

A FABIÁN ESTAPÉ, SOLO LE FALTÓ DECIR QUE APOYABA MI PROPUESTA DE SACAR DEL EURO A ESPAÑA


Fabian Estapé: La pela siempre será la pela


  • Cada vez se identifica más la peseta con una vida más barata y con menos problemas
peseta


El volumen reciente de información sobre la moneda única, su pasado, su actualidad y su incierto futuro nos lleva, a propósito del mismo, a adentrarnos en un piélago de consideraciones y meditaciones de las que daremos buena cuenta acto seguido.
Lamento, pensando en mis posibles lectores de elEconomista que, por su juventud o por falta de interés en temas político-económicos, no puedan recordar algunas posturas teóricas, que les aseguro defendí en solitario, sobre la implantación a macho martillo del euro como moneda única con un tipo de cambio inamovible, lo que cerró toda posibilidad a operaciones terapéuticas tan necesarias para conservar la salud de la economía como las devaluaciones.
Naturalmente, no fui muy partícipe de la alegría volcánica que despertó el ingreso -tan querido por el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar- en el euro; sobre el cual, repito, se derramaron millares de bendiciones urbi et orbi, tanto por parte gubernamental como también por la oposición. Aunque, todavía a día de hoy, ni unos ni otros se atreven a señalar con precisión los frutos cosechados para la economía española, y menos ahora que la moneda talismán ha pasado a ser una patata caliente que nos presenta cada mañana una nueva faz de desasosiego.
Desde luego, los malestares de la moneda europea nos llevan a recordar con cierta pena que la peseta -el indudable acierto que tuvo el general Prim al encargar a su ministro de Hacienda, Laureano Figuerola, que diera al país, no sin trabajos y en un tiempo récord, una nueva y única divisa que se convirtiera en emblema in saecula saeculorum- haya pasado a ser, tras 134 años de idas y venidas por los bolsillos de los españoles, simplemente chatarra.
Así, la peseta (cuya denominación procede de la palabra catalana peceta, diminutivo de peça -pieza-, nombre con el que se conocía desde el siglo XV a algunas monedas de plata) fue la unidad monetaria de curso legal en España desde su aprobación el 19 de octubre de 1868 hasta el 1 de enero de 1999, cuando se introdujo el euro. Siguió circulando hasta el 31 de diciembre de 2001 con la consideración legal de "fracción no decimal de euro" y después, provisionalmente, hasta el 28 de febrero de 2002, conviviendo con el euro.
La peseta, la pela, la rubia, la cala, las leandras, las perras, la panoja? o incluso lachucha, tan redondita, brillante y pequeñita, ha sobrevivido ella sola a la Restauración Cánovas-Sagasta, a la Dictadura del General Miguel Primo de Rivera, con quejidos de soplamocos también cruzó los mares de la segunda República, las tempestades de la Guerra Civil.
Sin embargo, el chico duro, el hito en el desarrollo de la Unión Europea, el euro, la moneda que circula en 17 de los 27 países que forman la UE (más Andorra, Mónaco, San Marino, el Vaticano y algunas regiones ultra-periféricas de los países de la eurozona como: Guadalupe, Guayana Francesa, Mayotte, San Bartolomé, San Pedro y Miquelón, San Martín, Martinica y Reunión), parece tumbarse al primer tropiezo de la economía mundial.

Lo que ha sido el euro

Resulta sumamente paradójico cotejar cómo se nos vendió el euro y lo que realmente ha llegado a ser. En las páginas oficiales de la UE se dice: "Contribuye en gran medida a la estabilidad económica, necesaria para lograr un mayor crecimiento. Acrecienta la competencia y la innovación, beneficia a los consumidores y libera recursos para otras áreas tales como el bienestar social y la educación. Asimismo, refuerza política y económicamente a Europa".
Sin embargo, en España, la gente recuerda a diario nuestra vieja moneda para calcular los precios. Y es que más allá del sentimentalismo y la sensiblería, parece ser que se identifica cada vez más la peseta con una vida más barata y con problemas menos acuciantes.
Cuando de divisa única europea se hablaba (hace ya muchos años que era una aspiración), y aún se habla, se presumía un edén económico repleto de futuros brillantes y donde a través del llamado desarrollo se abrirían las puertas fundamentales para que años después, una vez anulado el franquismo, se hiciera actuar a la divisa como palanca de unión y movimiento de la economía nacional en el contexto europeo (pero para mí se trató siempre una operación de logomaquia, de algo discutible).
Por el contrario, la peseta, en una dictadura cerrada como la que fue veris nolis la del general Francisco Franco, pudo mantenerse gracias a las alteraciones de su valor, e incluso con síncopes violentos que se llamaban técnicamente devaluaciones para dotarla de un mayor poder adquisitivo, o al menos eso nos hacían ver los responsables de las finanzas gubernamentales.
Cuando comenzó la operación convergencia, me consta la quejumbre sin límites de uno de los Generales de División habituales en cuanto a la asistencia de Consejos de Ministros, al ver que los valores internacionales de la peseta parecían seguir altibajos -más bajos que alti-, mientras en la mente miravolante del nieto de don Manuel Aznar Zubigaray, José María Aznar, a la sazón presidente entonces del Consejo de Ministros, se caminaba inexorablemente hacia el euro, lo cual le valió para que sus más cercanos empezasen a considerarlo un gobernante dotado de poderes cuasimágicos para la economía.
Con la europeítis, la peseta entró en el baile de Bruselas, y les aseguro que eso se hizo con el mayor de los recaudos, aun cuando mentes preclaras de Hispania, que también las hay, seguían añorando nuestra moneda única, la peseta, que continuaba ostentando el sello de la gloriosa.
A efectos de comparación de diagnósticos entre la vetusta peseta y el prometedor euro, corrieron ríos de tinta en todos los medios de comunicación escrita, pero, quizá, uno de los artículos que más interés despertó fue la defensa en dos páginas completas y a dos bandas de ambas monedas que publicó La Vanguardia el 1-2 de enero de 2002.
De un lado, como paladín del euro, se entrevistó a Luis Ángel Rojo, el recientemente fallecido economista a quien podríamos llamar padre de la criatura, que la defendió a ultranza en su correspondiente espacio. Como valedor de la peseta, actué yo mismo, Fabián Estapé, abogando por la tradición y por la seguridad de lo malo conocido (postura que nadie logró rebatir con argumentos categóricos). Como en las hemerotecas puede consultarse el contenido de aquel especial dedicado al euro que se tituló Cara a Cara, no haremos más referencia a él, sino que invitamos a que lo analicen.
Pero de todos modos, para cerrar provisionalmente este tema, quiero dejar patente un pequeña reflexión personal: en aquel momento, nadie apoyó mi postura y nadie me la rebatió abiertamente, claro.
Y ahora siento que cabezas tan preclaras del panorama de la economía nacional tengan que reconocer que no me equivocaba, que la incidencia positiva de la adscripción al euro (curiosa manera de vincularse la que supuso entregarse como Julieta a Romeo) no ha significado ni estabilidad en los precios; ni una inflación baja que se traduzca en menor incertidumbre económica para los consumidores, una mejor planificación a largo plazo para el sector industrial y una mayor cohesión social; ni que las políticas económicas de los Estados miembros se hayan beneficiado de una vigilancia multilateral y una disciplina fiscal común que impidiera la comisión de errores graves; ni que los consumidores y las empresas se beneficiaran porque la fortaleza y disponibilidad del euro aumentase la competencia entre las instituciones de crédito, disminuyendo así los tipos de interés, ni etc., etc., etc.
Por mi parte, ya lo he dicho casi todo...

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